Atreverse a cruzar fronteras: migrantes que venden sexo

Atreverse a cruzar fronteras: Migrantes como protagonistas

Viento Sur Num 87, julio de 2006

Laura María Agustín

Es notable que en el año 2006 se siga considerando a las mujeres como empujadas, obligadas, coaccionadas o forzadas, cuando salen de sus países por la misma razón que los hombres: para progresar mediante el trabajo. Pero tan arraigada está la idea de la mujer como parte esencial de la casa, y hasta como la encarnación misma de la casa, que se les niega sistemáticamente el protagonismo que implica la decisión de emigrar. Así comienza la patética imagen de mujeres inocentes arrancadas de sus casas, coaccionadas a emigrar, y hasta secuestradas o vendidas como esclavas. Estas imágenes hoy en día siguen a quienes viajan a lugares donde los únicos trabajos remunerados disponibles se encuentran en el servicio doméstico, del cuidado y en la industria del sexo. El discurso del “tráfico” de mujeres supone que para las mujeres es mejor quedarse en casa que abandonarla y meterse en “problemas” que les dañarán irreparablemente, mientras que se espera que los hombres enfrenten y superen los problemas de manera rutinaria. Esta construcción no sólo reproduce una visión clásicamente patriarcal sino también neocolonial, en la que los pobres son construidos sólo como víctimas de estructuras materiales. Mientras las desigualdades de los países ricos y pobres no se pueden discutir, no justifica quitarles a todos los desventajados del mundo su capacidad de pensar y elegir ni su movilidad. La gran diversidad entre los seres humanos hace que estrategias que para una persona parecen poco gratificantes pueden ser aprovechadas con éxito por otras.

Mitos sobre las migraciones

A partir del momento en que la gente migra, hay una tendencia a idealizar la casa. Se evocan cálidas imágenes de familias unidas, objetos domésticos simples, rituales, canciones, comidas. Muchas fiestas religiosas y nacionales, en diversas culturas, materializan conceptos como el hogar y la familia, usualmente a través de imágenes de un pasado folclórico. En este contexto, la migración se ve como un último recurso o un acto desesperado y los migrantes como despojados de su lugar. Pero para millones de personas del mundo, el lugar donde nacieron y crecieron no es un lugar viable o deseable para desarrollar proyectos más adultos o ambiciosos, y mudarse a otro lugar constituye una solución convencional –no traumática.

¿Cómo se produce la decisión de mudarse? Terremotos, conflictos armados, enfermedades o la falta de alimento arroja a alguna gente a situaciones que no parecen dejarles demasiada libertad de elección: a veces se le llama a esta gente refugiados. La decisión de un hombre soltero de viajar se entiende generalmente como algo que evoluciona con el tiempo y como producto normal de su ambición masculina de progresar mediante el trabajo: se les llama migrantes. Y luego están las mujeres que intentan hacer lo mismo, tratadas como pasivas sin voluntad y sin proyectos: se les está llamando cada vez más víctimas.

Si bien existen muchas historias tristes, aterradoras o hasta trágicas de las migraciones de la gente en busca de trabajo, éstas no tienen porqué marcarle para siempre o definir toda su experiencia de vida. La relativa falta de poder en una etapa de migración no tiene que ser permanente; los pobres también tienen identidades múltiples que cambian a lo largo de sus trayectorias de vida, vidas que son compuestas de distintas etapas, necesidades y proyectos. Al insistir sobre la instrumentalidad de emigrar en condiciones lejos de ser ideales, no se niega la existencia de experiencias negativas. Los abusos de agentes que venden formas de ingresar al primer mundo se dan con migrantes que trabajan en el servicio doméstico, las maquiladoras, las minas, la agricultura y la industria del sexo, sean migrantes mujeres, hombres o transexuales. A pesar de los chillidos incesantes de los medios de comunicación, historias trágicas no constituyen la realidad de la mayoría de la gente.

Trabajé durante mucho tiempo en educación popular en distintos países de América Latina y el Caribe y con migrantes latinos en Norteamérica y Europa, en programas dedicados a la alfabetización, la prevención del SIDA, la promoción de salud y la organización comunitaria. Mi preocupación sobre la enorme diferencia entre lo que dicen los agentes sociales del primer mundo (gubernamentales, de ONGs, activistas) sobre las mujeres migrantes y lo que éstas dicen sobre sí mismas me llevó a estudiar el tema. Mi trabajo problematiza tanto a los agentes sociales como a las migrantes

Cuestiones de voluntad y opción

Investigaciones realizadas entre migrantes trabajadoras domésticas y sexuales revelan pocas diferencias sustanciales en sus proyectos migratorios y demuestran que las migraciones que pueden haberse iniciado como un desplazamiento (la sensación de haber sido echadas, de no tener opciones razonables) no están destinadas a ser siempre experiencias tristes. Aún las más pobres y las parcialmente “vendidas” o “engañadas” buscan y encuentran lugares para desarrollarse: se escapan, cambian de trabajo, aprenden a utilizar amigos, clientes, patrones y delincuentes. Es decir, hacen lo mismo que otros migrantes y, salvo en el peor de los casos, logran crearse condiciones más satisfactorias, ya sea encontrar una buena familia para trabajar como doméstica, un dueño decente de un bar, un marido o los contactos adecuados para trabajar de forma independiente. Tal período de acostumbrarse y de aprendizaje es rasgo universal de la trayectoria del migrante, no importa en qué sector trabaje.

Las migraciones tampoco son motivadas puramente por razones económicas. Expuestas a las imágenes de los medios que representan los viajes por el mundo como factores esenciales tanto en la educación como para el placer, los migrantes potenciales son atraídos por la posibilidad de conocer gente de otros países y ver sitios famosos. Pero el argumento de que toda migración de persona pobre está determinada por su pobreza se vuelve aún más débil cuando agregamos el hecho de que no todos los pobres deciden emigrar. Existen personas con iguales niveles de necesidad que sin embargo no deciden viajar, más bien buscan otras soluciones como pueden. Además, los que migran tampoco son los más pobres—al contrario, para montar un viaje al exterior hay que disponer ya de algunos recursos y redes sociales. Los que toman la decisión de salir de su país necesitan el carácter adecuado para enfrentar los riesgos que supone el desarraigo, a cambio de encontrar oportunidades para superarse o de experimentar algo nuevo. Son cuestiones de carácter personal que nada tienen que ver con la mala suerte que les pueda tocar más adelante; hay que separar los desenlaces negativos resultados de ofertas engañadoras de trabajo. También, el hecho de que se encuentran trabajando en los sectores más estigmatizados se deriva, en muchos casos, de la imposibilidad de ejercer sus profesiones u homologar sus títulos en Europa.

Debido a diversos motivos sociales y legislativos, entre los que se destacan las políticas represivas de la policía y las autoridades de inmigración de toda Europa, las personas que venden sexo tienden a seguir movilizándose, yendo de ciudad en ciudad y de país en país. Este modo de vida itinerante impide hacer lo que la imaginación pública supone correcto—establecerse y convertirse en buenas ciudadanas (aunque subalternas). El pueblo gitano sufre el mismo impedimento; mientras que el nomadismo se considera romántico cuando se trata de pueblos lejanos (como los beduinos), en occidente se transforma en un problema social.

En la sentimentalización que se produce en torno a los “migrantes desarraigados”, son olvidadas las múltiples posibilidades de desgracia en casa. Muchas mujeres, homosexuales y transexuales están huyendo de prejuicios provincianos, trabajos sin perspectivas, calles peligrosas, padres autoritarios y novios violentos. La casa también puede ser un lugar aburrido y sofocante, como lo demuestra la gran cantidad de sitios de entretenimiento que se encuentran fuera de la casa. En muchas culturas, sólo los hombres tienen permiso social para ocupar estos espacios, mientras en Europa todo el mundo tiene tal permiso. Quienes trabajan en el sector sexual también tienen vidas privadas, van al cine y a bares, discotecas, restaurantes, conciertos, festivales, fiestas parroquiales y parques. Su deseo de olvidar sus trabajos y ser personas convencionales no se distingue del de los demás; en el marco de los espacios urbanos se convierten en consumidores igual que todos, sobre todo cuando han podido ganar lo suficiente para hacer más que sobrevivir.

Ambientes como lugares de trabajo

Aquí describo algunos aspectos de sitios que las investigaciones suelen omitir. Según las condiciones locales pueden llamarse clubes, burdeles, hoteles, apartamentos o bares, pero hoy en día tienen en común ser multiculturales y multilingües. En estos lugares se encuentra gente de Guinea Ecuatorial que trabaja junto a gente de Brasil y Rusia, y gente de Nigeria junto a gente de Perú y Bulgaria. Son lugares de trabajo donde se pasa horas en el bar, charlando, bailando, promocionando el consumo de bebidas y vendiendo servicios sexuales, con los clientes y con otros trabajadores del negocio, como cocineros, mozos, cajeros y guardias. En el caso de los pisos, algunos de los que trabajan también viven ahí, mientras que otros sólo vienen para su turno.

Es fácil encontrar trabajadoras sexuales migrantes que han trabajado en varias ciudades europeas, han conocido a gente de docenas de países y pueden hablar un poco en varios idiomas. Están orgullosas de ser tolerantes ante las diferencias de la gente. Ya sea que se refieran con cariño o no a su país de origen, han superado el tipo de arraigo a la patria que lleva a la exaltación nacionalista, y se han integrado al grupo de personas que puede llegar a ser la esperanza del mundo, los que juzgan a los demás por sus acciones o por sus ideas y no por su apariencia física o su lugar de origen. Son sujetos cosmopolitas, vengan de orígenes humildes o no, y no hay nada en el concepto del cosmopolita que le impida vender actos sexuales.

Una campesina de un país del tercer mundo que llega a trabajar en tales sitios puede llegar a ganar 5.000 euros o más por mes. La sorpresa que puede provocar esta cifra se vincula con el tratamiento de los medios de comunicación, que se concentra casi exclusivamente en el trabajo sexual de calle. La posibilidad de ganar ese monto de dinero depende de cómo se ingresa a este mercado, por los propios medios o por los de otros, de tener la capacidad necesaria para manejarse en dicho mercado y de aprender a administrar esa suma de dinero (un problema frecuente viene del alto grado de consumo que tiende a anular las ganancias altas). Trabajar menos horas al día o menos días o descansar entre contratos acorta los ingresos. Para que quede claro, este salario no es lo que ganan las que trabajan como acompañantes o prostitutas con clientes ricos (ganan mucho más), sino que es lo que puede ganarse en pequeños o grandes negocios a donde van clientes de la clase media o obrera. Con esta suma una trabajadora puede liquidar bastante rápido cualquier préstamo que obtuvo para emigrar, aunque tiene que aprender a manejar su dinero y no convertirse en consumidora disparatada.

Algunos dudan que puedan darse relaciones de trabajo normales dentro de los ambientes, una duda que conceptualiza a todos los demás lugares de trabajo como sitios no alienantes: oficinas, consultorios, fábricas, minas, casas, invernaderos. Pero la industria del sexo es inmensa, abarca clubes, bares, discotecas y cabarets, líneas telefónicas eróticas, tiendas de sexo con cabinas privadas, casas de masajes y saunas, agencias, apartamentos, cines, restaurantes, sitios de dominación y sumisión y espacios públicos. Muchos son empleos de medio tiempo, esporádicos o secundarios, y las condiciones laborales de estos millones de empleos a nivel mundial varían enormemente. Aunque en esta industria es común el recambio de personal, también lo es en la industria cinematográfica, el teatro, los deportes y en los empleos temporales de oficinas, sea de administración o informática (donde nadie duda que existen relaciones normales).

Los ambientes son sitios de experimentación y exhibición, donde algunos representan la masculinidad y otros la feminidad. Investigaciones realizadas en lugares tan alejados el uno del otro como Tokio, Milán y Galicia demuestran que para muchos el acto sexual que se da al final de una noche de juerga o puttan tour no es el centro de la experiencia, que más bien reside en demostrar la masculinidad, compartiendo con los amigos una experiencia que incluye mirar, charlar, beber, andar en auto, flirtear, consumir drogas y en general ser “hombres”. Cuando una vendedora de sexo está vestido de trabajo, hace lo que le puede traer dinero, en el caso de las transexuales una actuación hiper-feminina. Mientras que un servicio sexual contratado no lleva en general más de 15 minutos, no sólo las trabajadoras sino también los clientes pasan largas horas sin hacer nada sexual.

En nuestras sociedades son los hombres los que tienen públicamente permitido experimentar con su sexualidad e identidad de género y relacionarse sexualmente con gente con la que no se encontrarían fuera de los ambientes. La disponibilidad de mujeres, hombres y transexuales migrantes significa que todos los días se desarrollan millones de relaciones entre gentes de distintas culturas. No puede justificarse la esencialización de estas relaciones como actos indiferenciados y su eliminación de la consideración cultural porque involucran dinero. Para los que teorizan el sexo como cultura, las prácticas sexuales son construidas, trasmitidas, transformadas y hasta globalizadas, y los migrantes que venden sexo se convierten en portadores de conocimientos culturales.

El papel de la investigación y de la solidaridad

La visión anterior, poco oído en los foros académicos e internacionales, no excluye la posibilidad de sufrir abusos y explotación. Simplemente hablo de la experiencia más común, que justamente no llama la atención de un público que parece querer escuchar sólo noticias sobre desastres—la mirada sensacionalista llevada a nivel de pánico moral. Existe una tendencia a totalizar los resultados de cualquier investigación y a mantener que una investigación encuentra representa la sola verdad. Ya es hora de superar esta etapa moralista de estudios sobre la industria del sexo, como si hubiera una competencia sobre la verdad, cuando existen verdades múltiples. Si abrimos el campo a todos los resultados posibles nos encontraremos con una diversidad inmensa de información, y respecto a los testimonios de los trabajadores, veremos algunos negativos y otros no. Prestar atención a los más positivos no niega la realidad de los más negativos; un conocimiento no quita la realidad a otros.

El carácter conflictivo de tantos foros sobre este tema se debe también a una condición relacionada con personas que trabajan con migrantes: el hecho de que cualquier proyecto suele encontrarse con tipos limitados entre los migrantes. Es decir, los que ayudan a víctimas tienen altas posibilidades de dar solamente con víctimas, educadores de calle llegan a conocer a los que allí trabajan y no a los que están dentro, asesores jurídicos ven más a gente con problemas jurídicos, investigadores formales que van a los clubes probablemente pueden conocer a personas sin problemas legales, programas sanitarios dan con necesidades de salud—y así, sucesivamente, cada grupo tendrá su propio conocimiento y experiencia. Repito, como investigadores de campo no estamos compitiendo, nadie tiene un monopolio moral y necesitamos toda la información posible sin silenciar a nadie. Además es preciso que las asociaciones que quieren desempeñar investigaciones aprendan algo sobre la metodología formal, tanto cuantitativa como cualitativa, porque si no, sus resultados pueden ser descartados.

Quienes teorizan sobre migraciones transnacionales y diásporas mantienen un silencio respecto a las personas que venden sexo, como si fuera un asunto no mencionable. Una causa de esta reacción viene del supuesto de que el cuerpo de la mujer es sexualmente vulnerable e indefenso. Esta imagen es una construcción no muy antigua, ya que, durante la mayoría de la historia, una de las principales imágenes de la sexualidad de la mujer fue de la agresiva vagina dentata. La teoría de que el cuerpo femenino es dispuesto a ser dañado sostiene que el alma o el verdadero yo es “alienado” cuando se mantienen relaciones sexuales fuera del contexto de amor, y que las mujeres quedan irremediablemente heridas por esa experiencia.

Algunas personas se sienten así y otras derivan placer de la labor sexual, lo cual solo significa que no existe una única experiencia corporal compartida por todos – un resultado no tan sorprendente, después de todo. La utilización del cuerpo para obtener una ganancia económica no resulta ni perturbador ni tan importante para muchas mujeres, quienes dicen que el primer mes de trabajo les resultó difícil y penoso pero que después se adaptaron. En cualquier caso, incluso a las personas que no les gusta vender sexo dicen que es mejor que muchas otras opciones que tampoco les gustan; aprender a adaptarse a las circunstancias e ignorar los aspectos desagradables del trabajo es una estrategia humana normal. Pero el tabú sobre este tema sigue en pie.

El análisis de género que se puede hacer de esta limitación discursiva es interesante. Demos la vuelta a esta situación e imaginémonos qué pasaría si se pensara que fueran los hombres en grandes números quienes usaran el trabajo sexual como estrategia para entrar en Europa y obtener buena paga (vendiendo servicios a hombres, mujeres o transexuales). ¿Se consideraría tal estrategia como tragedia, o más bien como acto pragmático e incluso creativo? El hecho de que los hombres y las transexuales que venden servicios sexuales casi siempre están excluidos no sólo de los abordajes trágicos sobre el “tráfico” sino también de los discursos convencionales sobre “la prostitución” nos da una pista sobre la respuesta. Están excluidos los hombres porque el discurso dominante depende del género del sujeto: si no es mujer, no cabe. Están excluidas las transexuales porque el concepto de mujer del discurso dominante es biológico. Si preguntamos por la incoherencia de estas exclusiones, la respuesta es que no importa porque “son pocos” o que “es diferente”, cuando justamente ahora sabemos que no son pocos para nada las transexuales y los hombres migrantes que venden servicios sexuales. La supuesta diferencia es imposible de defender; todos los rasgos de placer y sufrimiento posibles en el trabajo sexual están presentes no importa si se trata de transexuales, mujeres u hombres. Quién no acepta eso está sosteniendo que hay algo esencial en la persona nacida mujer que le hace vivir la situación de manera distinta, peor, más intensa y con menos posibilidades de elegir lo que hace. Tal esencialismo depende de una visión de la mujer que llega a quitarle el protagonismo de su propia vida. Varios teóricos han señalado cómo el trabajo de las migrantes en el cuidado de niños, ancianos y enfermos crea cadenas de amor y afecto que abarcan a las familias que dejaron atrás, a las familias en cuyas casas ahora trabajan y sus nuevas relaciones iniciadas en el exterior. Sin embargo, esta visión más afinada no se les concede a las que venden sexo.

La distinción entre conceptos de protagonismo de los hombres y las mujeres está reflejada en dos protocolos de la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, del año 2000. El Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños menciona explícitamente la prostitución y la explotación sexual, y no la migración. El Protocolo contra el tráfico ilícito de migrantes por tierra, mar y aire aborda el contrabando de personas, no menciona a la mujer explícitamente y sí habla de la migración. Cynthia Enloe (1991) enseñó cómo la frase “mujeres y niños” se convierte en un concepto—“mujeresyniños”—utilizándose así el sentimentalismo para justificar acciones militares que invisibilizan los roles activos y de poder de las mujeres. En estos protocolos se ve cómo el concepto de la mujer especialmente victimizada justifica una separación artificial en dos segmentos de una sola problemática: cómo el cierre de las fronteras y el endurecimiento de las leyes migratorias conduce a los abusos llamados “tráfico” o “trata”. Los parámetros de los dos actuales protocolos infantilizan a las mujeres, quitándoles el protagonismo de sus propias acciones cuando se han portado con normal voluntad, mientras criminalizan a todas las personas que se prestan a facilitar las migraciones, no importa si son familiares o amigos de los migrantes potenciales.

Algunas ONGs trabajan con migrantes que venden sexo y quisieran fomentar su auto-organización en defensa de sus derechos básicos. Pero estos proyectos requieren inevitablemente que los sujetos se identifiquen como “prostitutas” o “trabajadoras sexuales”, y muy pocas lo hacen. Más bien, se identifican como migrantes de Cali o Ciudad Benín o Kherson que se dedican de forma temporal al trabajo sexual como medio para alcanzar cierto fin. Esto significa que están menos interesadas en cuestiones de identidad que en que se les permita seguir ganando dinero de la manera que quieran, sin que se les agredan o violenten, por un lado, o sin que se les tenga lástima y se las someta a proyectos para “salvarlas”, por otro.

¿Existe salida de este callejón?

Afortunadamente sí, existe. No en el triunfo de ninguna visión y sin fórmulas fáciles. No se trata de leyes perfectas que dejen todo clarito. Primero hay que hacer investigaciones abiertas y luego reflexionar sobre los resultados sin prejuicios. Existen otros feminismos, otros movimientos de mujeres, radicados en otras culturas y con otras visiones de los proyectos migratorios. Como afirma una integrante de Babaylan, un grupo de trabajadoras domésticas migrantes en Europa:

No consideramos la migración ni como una degradación ni como una mejora . . . de la situación de la mujer, sino como una reestructuración de las relaciones de género. Esta reestructuración no tiene por qué expresarse a través de una vida profesional. Puede darse a través de la aserción de autonomía en la vida social, a través de las relaciones con la familia de origen, o a través de la participación en redes y en asociaciones formales. La diferencia entre las ganancias en el país de origen y en el país de inmigración puede por sí misma crear esa autonomía, aún si el trabajo en el país receptor es de doméstica interna o prostituta.

Todos concuerdan en que la industria del sexo existe en el marco de estructuras patriarcales. Algunos críticos seguirán lamentando las pérdidas de las migrantes que venden sexo, pero también hay que reconocer la habilidad que despliegan la mayoría de las mujeres migrantes, y darles la posibilidad de evitar el papel de víctima y experimentar placer y satisfacción en situaciones difíciles y lugares extraños.

Lista de estudios empíricos con migrantes y otras personas que venden sexo

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